«Vivimos en una época en la que conviven muchas sensibilidades, y en efecto esto provoca a menudo desencuentros y hasta heridas. Ante este panorama sólo cabe el acercamiento a la postura del otro sin histrionismos y con filantropía. Sentirme coartado en mi expresividad por la anecdótica decisión del ayuntamiento de Fraga de retirar una de mis obras de su sala de exposiciones (Heraldo de Aragón, 17/02/2006) sería ridículo. La obra no ha suscitado esa reacción en otros lugares y ninguna circunstancia me ha impedido pintar lo que quiera hasta la fecha. Sin embargo, dadas las razones que se aducen, sí me parece importante puntualizar algunas motivaciones que me llevaron a pintar esa obra, para introducir un humilde dato conciliador.
En efecto, se trata de una alegoría de Jesucristo, que en una primera lectura se presenta como desvío retórico de su representación habitual: está completamente desnudo, suspendido sin madero y con una máscara antigás. Por lo demás conserva todos los elementos icónicos del famoso cristo velazqueño -al que sí he de pedir disculpas por la atrevida alusión-. Interpretando algunas isotopías proyectadas, sin ánimo de ofrecer una lectura definitiva del cuadro, podría apuntar que quise transmitir la idea de un Cristo frágil y despojado (San Juan 19,24), encarnado en una historia cercana -el modelo es un buen amigo con su propia historia de resurrección-, «protegido» ante un ambiente francamente irrespirable (como el que vivimos hoy en día). La elipsis de la cruz obedece a su superación, en un acto «consumado», y el anonimato del rostro -metonimia de la identidad- pretende hacer que el personaje pueda ser cualquiera.
Tampoco me interesa profundizar aquí en estos y otros significados connotados de la obra, pero sí dejar claro que ésta surge de motivaciones meramente religiosas y por supuesto no persigue herir a nadie.
Ahora bien, si la herida surge cuando hasta los cristianos no somos complacientes con el hábito adocenado de los cristianos, o cuando pretendemos comunicar nuestra fe desde la experiencia propia, o cuando ensayamos ofrecer una visión renovada de nuestras creencias abiertas siempre a revisiones problemáticas, o cuando intentamos disociarnos de la mojigatería: entonces «bienvenida» sea, fraternalmente hablando.
Aunque el fanatismo (tan candente en nuestros días) sea el mayor aliado del hábito -como factor reaccionario al cambio de estructuras-, el arte y el Espíritu deben encararlo en nosotros desde su capacidad para ofrecer visiones renovadas, liberadoras, comprometidas y sinceras de cualquier hecho. Tanto más del religioso.»
Javier Joven. Asunción, Paraguay, 22 de febrero de 2006.